La separación, el juicio, el odio son formas apresuradas de evitar enfrentar la complejidad que subyace en todos los conflictos y agravios.
Si estuviéramos dispuestos a dedicar tiempo y energía a sanar conflictos y agravios con otras personas, descubriríamos que cada individuo es un universo completo, que incluye todas las partes posibles, conocidas y desconocidas. Cada individuo es parte de ti, y tú eres parte de ellos.
Los conflictos con otros no son conflictos con otros, sino conflictos dentro de nosotros. Verlos afuera puede ser útil si los traemos al interior, porque solo desde adentro pueden ser sanados. Una vez interiorizados, la unidad, el amor, la paz, la armonía que antes no podíamos percibir, se muestran.
Esto requiere tiempo y energía. El problema es que no hay tiempo, tenemos prisa.
Entonces seguimos separándonos, juzgando, condenando, odiando.
Quizás sería más honesto decirle a las personas de las que nos separamos desde el juicio, la condena y el odio:
“Soy consciente de que eres parte de mí y soy parte de ti, y que en última instancia hay unidad, amor, paz, armonía, pero tengo prisa, para ahorrar tiempo, permíteme separarme de ti, juzgarte, condenarte y odiarte”.